viernes, 11 de abril de 2008

Mi lívido no te reconoce, pero mi corazon te pide.

Mi lívido no la reconoce pero mi corazón la pide a gritos. Realmente es así, aunque el ruido sea colosal y ya me esté ensordeciendo. Lo que hago casi nunca tiene sentido, pero a veces acostumbro a hilvanar sentimientos en papeles aunque las vibraciones ciclotímicas me hagan cambiar prioridades, y de pronto, dejo de ser dependiente al brillo de la luna que alimentaba la sed de mi inconciencia para pensarte encerrado en mi cubículo. Aca, yo y vos, sin vos.

Y ahí esta otra vez. Los labios me besan desaforadamente lentos mientras los bajos me retumban en el pecho. Los pulmones devastados de neblina no ayudan y me vuelvo a perder en la ruta de los besos lentos, me vuelvo a encandilar, y probablemente volveré a impactar contra el muro de los arpegios en tonos menores de guitarras acústicas que aprietan las heridas.

Y no te voy a mentir con la de la nostalgia, vivo demasiado feliz, hasta que recuerdo la sensación de fragilidad que me generas, la idea de que te me ibas a partir entre los brazos, tan sensible como tus dedos unos minutos después de la primera pastilla. Y de pronto, antes de caminar, no podes caminar y con mi ayuda para tu primer paso desapareces y al segundo estás con otro. ¿Y cómo decirle a alguien que no pruebe, si vos ya sos adicto?. Duele. Pero el remedio de mi frialdad mantiene las defensas altas. A pesar de saber que cuanto más alto estás, mas dolorosa es la caída. Sín embargo, ya estoy parado al filo del umbral de este precipicio y sin pensarlo, como siempre, tomo aire, abro los brazos y me dejo caer.